Allá,
frenéticos lazos
de asfalto,
de cemento,
de hierro.
Ellos nos abrazan
en salvación,
en civilización,
en superación.
Pero nosotros sabemos que
nos huden.
La ciudad se convierte en
cementerio viviente,
robots ambulantes,
cuadradas mentes.
Donde siempre intentamos,
queremos justificar
lo que es propio del ser humano:
vivir, pensar, amar,
llorar, reír, desear...
Mas el hombre muere
ahogado, triturado
por la incivilizada civilización.
sábado, 9 de julio de 2011
Suscribirse a:
Entradas (Atom)